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VIOLENCIA EN LAS FRONTERAS EUROPEAS: DESPUÉS DE QUE LA POLICÍA CROATA LE PATEARA LA CARA CON BOTAS DE HIERRO, LOS MÉDICOS LO IGNORABAN

Por Mirka del Pasqua, como parte del equipo de No Name Kitchen en Bihać. Traducido por Núria

Publicamos la narración en primera persona de una activista de No Name Kitchen en Bihać, Bosnia y Herzegovina, que lucha todos los días junto a personas migrantes, contra un sistema injusto y discriminatorio, que les niega la asistencia sanitaria, un derecho fundamental de las personas.

NNK, con su programa Salud en Movimiento, quiere promover el acceso universal a la asistencia sanitaria y denunciar situaciones de denegación de acceso, como muestra esta historia.

  • “Lo siento, si aceptamos a este tipo aquí, primero debemos llamar a la policía”.
  • “¿Habla árabe? No podemos ayudarlo”.
  • “¿Realmente te crees todas las enfermedades que se inventa?”

Estas son sólo algunas de las respuestas que recibimos cuando intentamos ayudar a las Personas en Movimiento con sus necesidades en temas de salud.

La gente tal vez podría preguntarse qué significa apoyar a la personas que están en proceso migratorio para que reciban tratamientos de salud, y es que en una sociedad normal no habría necesidad de este tipo de asistencia, pero la verdad es que aparentemente, en las regiones fronterizas, no somos ya parte de una sociedad normal y muy a menudo se niegan sus derechos básicos de salud.

A última hora de la tarde llevamos a S. (ponemos solo la primera letra de su nombre porque prefiere guardar su anonimato) a urgencias en el hospital.

Tenia la cara destrozada y había perdido cuatro dientes, porque la noche la policía croata le pateó la cara con botas de hierro, en la frontera. Cuando vio a los agentes de la policía fronteriza, se limitó a arrodillarse en el suelo y levantar las manos, consciente de que lo iban a devolver ilegalmente hacia Bosnia, otro país (como pasa tan a menudo) y de que no se podía hacer nada más.

Probaría suerte la próxima vez, como suele decir. Pero esta vez los policías se le acercaron y le apuntaron con sus linternas directamente a los ojos. Cegado por la luz, no podía ver sus caras, pero sentía cada patada en su cara y en su cuerpo. Se reían y él realmente dice que pensó que lo iban a matar.

En el mostrador de urgencias la señora repite la misma frase: “Antes de revisarlo tenemos que llamar a la policía porque ha recibido una agresión”.

¡Qué ironía, ya que ha sido agredido por la policía! Esta vez no me impresiono, no me moveré, incluso pueden llamar a la policía, lo importante es que S. reciba su tratamiento. Está tan débil y conmocionado que ni siquiera puede mantenerse en pie y se sienta en una silla, casi dormido.

La señora parece que no esperaba esta reacción y repite un par de veces la palabra policía, pero no la veo llamando a nadie. Al final, llama a alguien que hace una visita rápida a S. y le dice que necesita ir al hospital para hacerse una radiografía.

S. vuelve a quedarse dormido en la cama, está exhausto y el dolor es insoportable sin medicamentos.

Veo una ambulancia estacionada y pregunto si pueden llevarlo al hospital, que está a sólo 2 km de allí. No, la ambulancia es para emergencias: S, que ha recibido patadas en la cara, que ha perdido 4 dientes, que luego logró caminar de regreso desde la frontera con sus últimas energías y ahora está abandonado en una silla perdiendo el conocimiento por el dolor, no es una emergencia….

Llamamos a un taxi, conscientes de que la noche será larga. Llegamos al hospital, donde nos hacen hacer cola para la visita genérica, con nuestra petición de radiografías desde urgencias del hospital. Hay cuatro personas delante de nosotros.

Los cuento porque algo me dice que pronto habrá más delante de nosotros. Un hombre sale de la habitación y el médico llama a otro para que lo visite. Mientras esperamos, llegan otras personas y hacen cola. Pasa el tiempo, S. vuelve a quedarse dormido en la silla, a veces gimiendo de dolor. Cuando ya habían entrado las cuatro personas que nos precedían, el médico empezó a llamar a las personas que llegaron después de nosotros, como sospechaba. Pero no puedo decir si eran emergencias o no. No hablaré de las agotadoras horas de espera, de las falsas promesas de los médicos de que pronto llegaría nuestro turno: solo que cuando vi pasar delante de nosotros una mujer con un corte en el dedo, llamé a la puerta preguntando con rudeza cuál es el problema porque está claro que todas estas personas no están en una condición más grave que S.

Finalmente nos dejan entrar, una enfermera se ríe de S. por el estado de su cara y porque “apesta”, y nos mandan a la sala de rayos X. Después de sólo 5 horas de espera. Al final S. está tan agotado que ni siquiera quiere esperar para ir a la farmacia a comprar sus medicinas, sólo quiere tumbarse en algún lugar y no volver a ver un hospital.

Pero S. puede considerarse afortunado.

Tener epilepsia en las fronteras europeas

A., epiléptico desde la adolescencia, nunca ha visitado todavía a un neurólogo ni a un médico especialista, según él ha contado. Después de muchas puertas cerradas por el sistema de salud público, intentamos contactar con una clínica privada porque realmente necesitaba su medicación y ya había tenido tres crisis sin poder tomar sus medicamentos. No podía correr el riesgo de tener otra, especialmente en este duro ambiente, el de la vida en la calle.

No podía arriesgarse con su salud. La primera clínica no aceptó ni la llamada porque yo hablaba inglés y no me entendían. La segunda no parecía tener problemas con el inglés, pero sí con el nombre completo de A.

“¿Habla árabe? Lo sentimos, no podemos ayudarle. No tenemos traductor”.

Sonó a excusa, porque cuando dije que yo podía proporcionarles un traductor, tampoco me dieron cita… La tercera clínica se mostró muy amable y a veces es peor que te rechacen con amabilidad: la señora me dijo que el doctor estaba muy ocupado, que consultaría su agenda y me volvería a llamar para comunicarme la fecha de la cita. A. y yo todavía estamos esperando….

“Primero llamaremos a la policía”

Pero algunos ni siquiera esperan. M., con dos cortes profundos en la cabeza para que le pusieran puntos, tuvo tanto miedo cuando el personal del hospital de urgencias le dijo que primero llamarían a la policía, que se fue sin recibir ningún tratamiento, confiando en nosotros, que al menos podíamos mantener sus heridas limpias. M. vivía en una de las casas ocupadas de la ciudad, no exactamente el lugar más adecuado para estar con dos heridas profundas abiertas. Ha sido muy difícil mantener sus heridas limpias casa día, pero afortunadamente ahora M. está bien y después de un mes sus heridas están cerradas.

Estos son sólo algunos ejemplos de lo que podemos llamar “violencia institucional”.

No podemos llamarlo de otra manera porque dificultarle el camino a una persona para acceder a un tratamiento médico o negarle derechos básicos de salud es definitivamente una forma de violencia. La vida en la ruta de los Balcanes es tan dura que la gente a menudo ni siquiera intenta hacer valer sus derechos en materia de salud y simplemente se da por vencida.

Pero si ellos se dan por vencidos, nosotros no.

Y seguimos apoyándolos, escuchando sus necesidades, tomándonos nuestro tiempo para ir a hospitales y clínicas para concertar citas, para evitar conductas discriminatorias o amenazas, para asegurarnos de que serán visitados y recibirán los tratamientos que necesitan. Y, por supuesto, denunciar esta forma de violencia porque el derecho a la salud no tienen color ni país de origen, es un derecho básico universal.