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Alessandro

CEUTA Y LAS NUBES SOBRE LA “ISLA”

  • Categoría de la entrada:Ceuta / Sin categorizar
  • Tiempo de lectura:10 minutos de lectura

Texto y fotos por Alessandro Iasilli

El olor a ferry y a gasolina mal combustionada me dan la bienvenida a Ceuta, ese penienclave estratégico de la antigua fuerza colonial española, cuya larga frontera metálica trasuda frío y nubes grises, huéspedes cotidianos de esta peculiar villa militar. ‘Y esto que es?’, me pregunta la policía de aduanas curiosa al hurgar adentro de la mochila.

Alessandro lasilli

‘Pues, una cámara de la union sovietica’, le contesto yo. ‘¿Cuanto te costó?’, sigue con curiosa sospecha. Sonrie y me deja pasar. Me hace falta poco para volverle a buscar humanidad a un lugar designado para aniquilarla.

Ceuta es la continuaciòn territorial de la costa de Marruecos en todos los ámbitos, desde el religioso hasta el social. Los muecines siguen cantando cinco veces al día, la basura cae sin gravedad desde las laderas y el trafico emite humos negros de itvs caducadas hace decadas.

El centro, hay que decirlo, es una rápida vision de cualquier calle mayor peninsular con sus tiendas rigurosamente de Inditex, terrazas, tapitas, perfumes, lotería y un relajado y sentido sentimiento de orgullo nacional, una aparición súbita y efímera que desvanece rapida como empezó.

Menores en situación de calle

Alessandro Iasilli

A cinco minutos de la calle mayor nos encontramos con unos menores de edad, todos marroquí, que han escapado del centro de menores y prefieren vivir en la calle.

‘Dormimos ahí arriba’, nos indican orgullosos, señalando el techo de una gasolinera. Para llegar ahí, se arriesgan todos los dìas el pescuezo en malabarismos con alambre de espino y alturas considerables.

Un policía ceutí, habla en árabe con los chicos sin preocuparse de ocultarles un desprecio palpable. ‘Si fuera por mí, los echaría otra vez a Marruecos’, comenta sin medios términos, criticando las instituciones que intentan regularizar y cobijar a los menores. ‘Hace un tiempo se murieron algunos por subir a la gasolinera esa’. ‘Con Franco se estaba mejor’, concluye el personaje de ese lamentable teatro anacronistico con su frase de remate. Ni mencionar que probablemente ni estaba vivo en la época del dictador.

‘No me gusta estar en el centro de menores’, nos comenta un niño, recibiendo unos calcetines nuevos. Con orgullo casi viril me enseña varios cortes profundos en su hombro derecho. ‘Un guarda ofendió mi madre y peleamos, no quiero volver’.

El centro, por otro lado, ofrece una seguridad alimentaria, sanitaria y burocrática para muchos chavales. Hay más de 300 chicos en los centros y contabilizamos que más de 30 viven en situaciones de calle.

Es muy difícil asegurarse sobre la edad real de esos menores, pero me quedo sorprendido al ver un par que parece que no llegan ni a los 9 años, dos arquetipos opuestos moldeados en la dura sobrevivencia callejera entre ‘adultos’: uno tiene carácter de líder y el otro de protegido. Ese ultimo con vergüenza nos cuenta que no puede dormir por fuertes dolores en la uretra, pero tampoco confía en ir a urgencias, lo que puede ser tener que ir de vuelta al centro de menores.

La dureza se imprime en el rostro lozano de los falsos adultos. Solo en contadas veces se deja entrever una tierna muestra de su edad real. Son niños, al final al cabo, aunque intenten sumergir su infancia para el mero hecho de sobrevivir.

Un día un medio jefecillo del grupo, carácter duro e imperioso, nos ayudó a pegar unos carteles con celo y, sorprendentemente, la lenta entrega a la simple misión se convirtió en un juego de prolijidad y atención extrema. Cortar el celo, pegarlo minuciosamente sin hacer pliegues y observar, casi al limite del trastorno obsesivo-compulsivo, la rectitud de la operación. 

Fuera del Lidl, uno de los puntos de encuentros más concurridos, unas señoras ceutì nos observan, rodeados de niños callejeros: ‘Tendràn que ser de alguna ong’, dicen, hablando entre ellas, poniendo en foco solo nuestra presencia, ignorando por completo la de los niños.

Lo raro éramos nosotros, los niños sin techo son ya parte de la escenografía de esta ciudad contradictoria.

Si consiguen quedarse en el centro de menores hasta la mayor edad, hay bastante posibilidad de agilizar el tramite de residencia temporanea. M. entró con su familia antes del Covid, ‘dejadme aquí, de alguna manera me apañarè’, dijo a sus padres, los cuales volvieron a cruzar para Marruecos, dejandose atrás de la valla un hijo y dos naciones que iban a enfriar su relación diplomatica.

Cuando este llegó a los 18 nadie le informó que había conseguido la residencia temporal, con la cual hubiera podido cruzar legalmente a la peninsula. Pasado los tres meses de validez, volver a solicitar una nueva residencia màs que difícil, resulta casi imposible. De hecho, para ese nuevo tramite, el gobierno pide que el solicitante tenga ingresos y un seguro de salud, difíciles para obtener si no se tiene residencia. Un circulo vicioso que se puede obviar entrando al CETI, el centro de extranjeros que acoge a los subsaharianos pero que suele rechazar a los marroquíes.

Diferencias entre nacionalidades

¿Hay niveles de privilegio adentro del colectivo migrante? ¿Hay alguna necesidad de recordarlo, o ponerlo en evidencia crea màs trabas que soluciones? Todos nos hemos enterado en los últimos tiempos de la diferencia entre un migrante de primera y uno de segunda, distinguiendo (racialmente) un ucraniano respecto a un subsahariano, a un maghrebi o a un sirio. La mayor consideración que se otorga a un colectivo directamente perjudica a los otros, invisibilizándolos y otrizandolos aun más.

Dibujo copiando una imahgen de Melilla tomada por José Palazón

Pero, en el caso de Ceuta, ¿se vive también esa diferencia imperfecta de los derechos humanos? ¿Tienen peso las preferencias desiguales dictadas por la política o por el conjunto de la sociedad?

Triste confirmar la teoría pero también aquí los Otros tienen niveles de prioridad según procedencia, dentro de lo asociativo como de lo administrativo. ‘Mejor no mezclar los marroquíes con los subsaharianos. Es triste pero lo hemos intentado muchas veces y no funciona’, nos comenta una activista, detallándonos las causas. Las profundas desigualdades culturales y los caracteres dispares e incompatibles perjudican a los jóvenes marroquíes, condenados a priori con el estigma de no querer integrarse a un sistema complejo que, en fin de las cuentas, les desfavorece en frente de todo otro migrante atrapado en el limbo ceutí.

De hecho, el CETI, que tendría que acoger a cualquier tipo de inmigrante, pese a su nacionalidad, en la realidad practica se limita a proteger exclusivamente al colectivo subsahariano, amparado por políticas no escritas y directivas no oficiales.

En el CETI, los trámites de residencia temporal son lentos pero seguros y, si tienen suerte extra, pueden ser reenviados a un CETI de la peninsula por tema de espacio u organización interna y salir así del infierno legionario de una ciudad-isla hostil.

Otro caso màs paradigmatico es lo de S., una joven de origen marroquí nacida en Ceuta que, llegada a sus 18 años, aun no tiene ni pasaporte ni nacionalidad española. Dado que en la legislación del estado español aun vige la arcaica ius sanguinis (herencia directa de la nacionalidad de los padres hacia los hijos), paradojalmente S. está imposibilitada a vivir una vida normal como ciudadana española, a pesar de haber hecho el colegio y haber vivido toda su vida en el enclave.

Todo es muy lento en Ceuta y, en temas judiciales, dicen que no se consiguen tantos resultados como se quería, pero no por eso dejamos que se invisibilizen los otros, ese mobiliario urbano que, de forma legal o ilegal, llegarà a cruzar el charco y olvidarse de este limbo nublado.