Por Ric Fernández / Movimiento No Name Kitchen
Somos un movimiento por, para y con las personas que cada día sufren la violencia de un sistema fronterizo miedoso y cruel. Así nacimos, juntas y de la mano, personas buscando refugio y personas tratando de ayudar. Solo eso, gente echándose un cable, y a veces, un salvavidas.
No hay etiquetas que nos califiquen, por eso somos la cocina sin nombre, porque cada día evolucionamos, cambian las necesidades y adaptamos nuestras soluciones. Hoy repartimos comida en Bosnia y duchas portátiles en Serbia, mañana distribuimos sacos de dormir en Grecia, y pasado brindamos apoyo legal en Ceuta. Bueno, en realidad, hacemos eso cada día, y muchas otras cosas, pero ni salvamos el mundo ni lo pretendemos.
Repartimos solidaridad, eso sí. Nuestro secreto es escuchar, por eso no trabajamos dentro de los campos oficiales, porque la gente quiere volar libre, como pájaros, no vivir atrapada como ratones. Quienes migramos y quienes acogemos somos una misma fuerza, una misma lucha. Hacemos piña, cultivamos amistad y sonreímos leyendo los mensajes de quienes por fin han logrado encontrar un lugar seguro, agradeciendo desde Holanda, Italia o Alemania, tantas tazas de té, tantos abrigos y tantas risas compartidas en los bosques y las fábricas abandonadas donde miles de personas se ven obligadas a esconderse de una realidad que les margina, por su pobreza, por sus pintas, su fe o su color de piel.
Desde que encendimos aquellos fogones en las barracas de Belgrado, tenemos un trato: amor y desacato. Hemos chupado carretera, interrogatorios y expulsiones. Hemos llorado cadáveres de amigos perdidos, ahorcados y ahogados. Y sí, la xenofobia es una jodida desgracia, pero toca seguir, y lo sentimos, queridas fronteras, pero nos queda cuerda para rato.
Aunque nacionalistas serbios nos rocíen de gasolina queriendo prendernos fuego, aunque el ministro del interior croata nos tilde de traficantes, aunque nos desvalijen los almacenes o nos pinten esvásticas en las furgonetas, no nos callaran.
Seguiremos informando y denunciando. A nuestra manera, respetando cada identidad, sin publicar los nombres ni las caras de nadie sin su previo consentimiento, y apostando por un periodismo lleno de valentía y dignidad en cada reportaje. Cada persona vale un mundo, y esto no va de mercadear con la miseria, sino de cambiar las cosas. Por eso hay tanta Kitchen en los bordes más hostiles de Europa, ofreciendo agua, zapatos y leña a quienes comparten sus historias de sufrimiento y resiliencia. Seguiremos recogiendo testimonios de quienes sufren pesadillas al recordar las patadas, los golpes y la asfixia sufrida en cada devolución ilegal. Lo seguiremos contando, hasta que Von der Leyen, Bozinovic, Marlaska, Orban y toda la sociedad europea, sepan lo que hay: que nuestros impuestos se usan para torturar a gente.
Gente que no pide mucho, casi nada, aparte de poder migrar. Con esa gente estamos, y estaremos.