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VIOLENCIA INSTITUCIONAL EN EL CAMPO DE MENORES DE BIHAć

  • Categoría de la entrada:Bosnia
  • Tiempo de lectura:9 minutos de lectura

Por Masa Nazzal como parte de No Name Kitchen. Imágenes de Masa Nazzal.

En teoría, los campos de tránsito están pensados para ser espacios de refugio, protección y cuidado para las personas en proceso migratorio. Deberían ser el espacio en el que poder proporcionar las necesidades humanas básicas y el respeto humano básico a personas cuya humanidad es constantemente despojada de ambas por la violencia que sufren durante su viaje a lo largo de la ruta de los Balcanes. En la práctica, sin embargo, los campamentos funcionan como una estructura para segregar y controlar a las personas en tránsito, al tiempo que proporcionan unas condiciones de vida precarias.

Estas últimas semanas, el equipo de Bihac (Bosnia) ha observado un aumento de la violencia institucional en la ciudad, especialmente contra los menores. Los menores no acompañados son parte de las personas más vulnerables de las que viajan a través de los Balcanes; son los que necesitan ser protegidos y salvaguardados de la violencia tanto dentro como fuera de las fronteras de la UE. Sin embargo, hemos visto que las instituciones aquí en Bihac hacen todo lo contrario, concretamente en el campo de Borici, el campo de tránsito ubicado en el centro de Bihac y reservado a menores no acompañados, familias y mujeres. Este artículo recoge los testimonios de varios menores no acompañados que se enfrentaron a la violencia burocrática e institucionalizada en los espacios que debían protegerlos.

Hace un par de semanas encontramos a dos menores, ambos de unos 16 años, perdidos, asustados y cansados, en la estación de autobuses de Bihac. Acababan de ser devueltos en caliente a Bosnia por agentes de frontera croatas. Habían intentado volver al campo de Borici, pero cuando llegaron, les negaron la entrada. 

La fecha de nacimiento que el campamento había puesto en sus documentos de identidad oficiales decía que ambos habían cumplido años el 01/01/2006, lo que los convertía a ambos en mayores de 18 y por tanto, no aptos para permanecer en el campo familiar. Los chicos me explicaron que nunca habían puesto esta fecha de nacimiento ( 01/01/2006), y que esa fue la fecha de nacimiento que les pusieron cuando llegaron al campamento de Borici, sin siquiera preguntarles cuándo cumplían años. Pero solo con mirarles a la cara, resulta obvio que ninguno de los dos tiene 18 años, sino muchos menos.

Cuando los vi en la estación de autobuses, estaba seguro de que se trataba sólo de un error logístico, y les dije que se reunieran conmigo delante del campamento a la mañana siguiente, para que yo pudiera hablar con los funcionarios del campo, y hacer de mediador/traductor para ellos. Esa noche durmieron en una casa ocupada, para nada, el lugar más ideal para que duerman unos niños.

“Mejor vivir en la calle que ir al campo de Lipa”

A la mañana siguiente me reuní con ellos frente al campamento y caminamos juntos hasta las puertas. La policía nos paró y pedí hablar con alguien sobre la situación de los chicos. Primero apareció una señora enfadada, cuya prioridad parecía extremadamente sesgada. Ni siquiera miró a los dos chicos que estaban de pie a mi lado, y en lugar de eso, no paró de preguntarme que quién era yo (como si eso tuviera alguna importancia). No respondía a mis preguntas o peticiones, ni siquiera miraba a los chicos ni les preguntó si estaban bien después de pasar la noche en la calle. Su única reacción fue la frialdad. 

Luego apareció otra persona, pero al igual que con la anterior, no hubo respuesta ni soluciones. La única respuesta que recibía para la situación de los chicos era: “tenemos las manos atadas, hemos intentado ponernos en contacto con el inspector, pero nos dice que tienen que ir a Lipa (el campamento de adultos)”. 

Entonces apareció otro administrador. Mi frustración iba en aumento a medida que más personas que no daban soluciones reales seguían viniendo a hablar conmigo. Este era agresivo, hablaba autoritariamente conmigo y con los chicos, y disciplinaba a los chicos por no mirarle mientras hablaba. Todo ello mientras todo lo que decía apuntaba a que los chicos estaban siendo abandonados en las calles por estas fallidas instituciones. No necesitaban mirarlos. 

No se ofreció ninguna solución, excepto la del transporte gratuito al campamento de Lipa, que los chicos rechazaron diciendo que preferían “vivir en la calle que ir a Lipa”.

Antes de que los tres nos fuéramos, derrotados por una violencia institucional tan flagrante, me volví para preguntar al grupo de administradores si había muchas personas en el campamento que cumplieran años el 01/01/2006, y uno de ellos dijo “sí”. “Y entonces”, seguí preguntando “¿echáis a todos en el momento en que cumplen años colectivamente?”, la respuesta que obtuve fue “sí”. 

En una historia similar que escuché, había un menor que había regresado de 5 días en los bosques, antes de ser devuelto en caliente de nuevo a Bosnia. La noche que volvió de Croacia era su cumpleaños, había cumplido 18 años. A la 1 de la madrugada, un administrador del campo entró en su habitación y le despertó exigiéndole su tarjeta de identificación del campo. Cuando le dio la tarjeta, se dio cuenta de que había cumplido 18 años, y en mitad de la noche lo echó a la calle, en lugar de darle la mínima cortesía de dejarle dormir una noche. 

Ahora que Bihac se ha convertido en la principal vía de paso de la ruta de los Balcanes y que los desalojos se han extendido por el norte de Serbia, asistimos a un aumento de la afluencia de personas, y esto solo conlleva  acciones más visibles de violencia institucionalizada. 

El mismo administrador que estuvo implicado en la segunda historia, fue también un actor clave en la violencia institucional de otro interlocutor, un marroquí de 16 años, quien da su testimonio de cómo fue expulsado del campamento familiar a las 8 de la mañana. 

Comienza explicando que estaba durmiendo en su habitación junto a otros 5 menores no acompañados cuando a las 8 de la mañana un agente de policía bosnio con pasamontañas, les despertó encendiendo una luz hacia el grupo de chicos y gritándoles que se levantaran. 

Cuando salieron por primera vez del edificio y vieron al administrador, mi interlocutor le preguntó asustado “¿adónde nos llevas, adónde vamos?”, a lo que el administrador respondió: “O cerráis la boca o os llevamos de vuelta a Serbia ”. Según mi interlocutor, cualquier intento de comunicarse o entender lo que estaba ocurriendo hacía que el administrador les amenazara con deportarlos a Serbia. Luego, el administrador cogió los teléfonos de los 18 chicos y los condujo a las furgonetas. Una vez más, según mi interlocutor, muchos de los chicos suplicaron que no se les obligara a subir a las furgonetas, alegando que, de todos modos, estaban a punto de abandonar Bihac ese mismo día. Sus súplicas fueron ignoradas y les retuvieron sus teléfonos hasta que entraron en la furgoneta. Solo se los devolvieron a mitad del trayecto. 

Según el adolescente, no fue hasta que estaban a punto de entrar en los furgones cuando el administrador les dijo que serían trasladados al campo de Sarajevo, al otro lado del país, a 7 horas de viaje en autobús al sur de Bihac. Los menores no tuvieron voz ni voto en una decisión que se tomó sin ningún tipo de comunicación ni conocimiento. Pese a que muchos de ellos no pensaban quedarse más tiempo en el campo, se les negó la posibilidad de elegir cómo y adónde trasladarse.

La vida en movimiento ya es suficientemente precaria, y es una verdadera vergüenza que estas instituciones se hayan sumado a los sistemas de violencia a los que se enfrentan cada día las personas en proceso migratorio. Todas estas historias nos hablan de la violencia institucional que ejercen contra las personas desplazadas, y especialmente contra los menores, las instituciones y los sistemas que se supone que deben protegerlas. Proteger significa cuidar, que es precisamente lo que ha faltado en el campo de Borici. Proteger significa comunicar, traducir, hacer que las cosas sean comprensibles de una forma y con un lenguaje que la gente pueda entender, para que puedan tener capacidad de agencia en las decisiones y la burocracia que rodea sus vidas.